Sentada en lo alto de un balcón,
estaba
peinando su cabellera
sus ojos
rebelaron pasiones secretas
tras los
barrotes oxidados
de una
solitaria habitación.
Se hallaba
quizás, cayendo en picada al precipicio
oscuro de su
pensamiento recurrente, el amor perdido,
el mismo que
prometió regresar, y
acariciar
su tersa piel de durazno
de tal
manera azarosa que la
misma luna
celosa se ocultara.
Esa pena la
seguía a todas pates
era fuente
inagotable de tormento indecible
que la
envilecía de dolor
le habían
robado la risa del rostro,
cual si llevara
una máscara, sin expresión
como si ya
estuviese muerta, más aun bella.
Desde aquel
entonces en
el mismo y elevado rincón con vista a la calle,
se la ve
alisando los mechones de su pelo
tan negro
como la media noche
aguardando
en silencio al amado que la olvidó.
Jairo T.©