viernes, 2 de agosto de 2013

Ella lloró.


Sentada en lo alto de un balcón,
estaba peinando su cabellera
sus ojos rebelaron pasiones secretas
tras los barrotes oxidados
de una solitaria habitación.

Se hallaba quizás, cayendo en picada al precipicio
oscuro de su pensamiento recurrente, el amor perdido,
el mismo que prometió regresar, y
acariciar su  tersa piel de durazno
de tal manera azarosa que la
misma luna celosa se ocultara.

Esa pena la seguía a todas pates
era fuente inagotable de tormento indecible
que la envilecía de dolor
le habían robado la risa del rostro,
cual si llevara una máscara, sin expresión
como si ya estuviese muerta, más aun bella.

Desde aquel entonces en
el mismo y elevado rincón con vista a la calle,
se la ve alisando los mechones de su pelo
tan negro como la media noche
aguardando en silencio al amado que la olvidó.

Jairo T.©