La presencia.
Ya son las
doce de la noche, de nuevo el extraño ruido bajo las escaleras,
es como si
alguien subiera y bajara muy rápido,
no quiero ir
a ver qué es lo que pasa se me ocurren
cosas como: -esta casa es vieja y ruidosa o mi mente me está jugando una broma-
, de todos modos no deja de inquietarme entonces enciendo las luces, y en un
solo y vertiginoso acto de valentía
salgo catapultado, para darme cuenta que no hay nada en absoluto…
De vuelta a la
recamara, casi tan pronto como apague las luces, escucho esta vez una risa
graciosa macabra que se acerca, un temor
paralizante me envuelve en una fría y silenciosa desesperación
-no hay
nadie más aquí, todo tiene una explicación lógica- me repito de nuevo –
tapándome hasta la coronilla, inmóvil, al parecer una de mis escenas favoritas
de terror estaba teniendo lugar en mi propia casa y con migo como actor
principal, cada hora del reloj se alarga demasiado, el sueño salió espantado
por la ventana sin querer volver, en la
tensa calma de la habitación, espero a que amanezca y la luz invada este
lugar, llevándose a los fantasmas a sus moradas congeladas, grises…
El camino.
Acostumbraba
pasar con su perro por ese sendero al parecer poco transitado y solitario la
mayor parte del tiempo, esto solía hacerlo al caer de la noche cuando recién
salen las primeras estrellas, si bien pareciera interesante, por este sitio
fallaban las luces y al mismo tiempo los arbustos se movían como si alguien se
tratase de ocultar, el siempre sentía una mezcla de emoción y sospecha, que no
era mayor porque iba acompañado de su mascota fiel , el camino era largo con
parajes oscuros donde eran frecuentes las “ sorpresas ” , se daban cita los
clandestinos, los señalados,
allí ninguno
se fijaba en el otro.
Así mismo él
era bienvenido, un nadie más, por eso regresaba y también se quedó…
Jairo
Trujillo©