Hay momentos en los que
me gusta estar solo y en silencio,
lo más alejado posible
del bullicio,
de las mil caras de este
mundo.
imagino que soy un gato
caminando por los tejados,
sigiloso , percibiendo el
mas mínimo movimiento del aire.
Me gusta echarle un
vistazo al cielo,
estar contigo en el silencio
infinito y generoso,
mirándote, escucharte decir que me quieres,
permanecer suspendidos en el aire
cual araña en su red,
aun sabiendo que estamos en el suelo
ya empezando a oscurecer.
estar contigo en el silencio
infinito y generoso,
mirándote, escucharte decir que me quieres,
permanecer suspendidos en el aire
cual araña en su red,
aun sabiendo que estamos en el suelo
ya empezando a oscurecer.
Voy en sueños por la noche, junto con las
muchas sombras que hay abajo,
se amontonan en la estrecha callejuela con afán,
se amontonan en la estrecha callejuela con afán,
ellas aguardan a que la aurora traiga con sigo
sus incandescentes flechas de fuego
y las libere de la temible oscuridad
que amenazó una vez con ser eterna.
sus incandescentes flechas de fuego
y las libere de la temible oscuridad
que amenazó una vez con ser eterna.
El reloj de la torre, se
ha hecho de rogar,
sus pesadas agujas
quietas están ,
señalando el fin de sus
días
entre tornillos oxidados
que nadie volvió a reparar.
Entre escombros, la playa
húmeda guarda las últimas pisadas,
las otras, fueron por el
mar borradas entre espumas,
esto sucede todo el
tiempo,
por eso las mías tan
lejos trato de dejar
como para que no las
pueda alcanzar,
pero eso a él no le importa,
y se las vuelve a llevar
mandando siempre a sus olas.
Ya el último marinero se dirigía hacia el faro mas apartado
donde los vientos húmedos del norte se prendieron de sus ropajes
dejando tan solo jirones sobre su piel raída,
caminó hasta la gran luz parpadeante,
ascendió por la escalinata de caracol,
se sentó sobre el mismo banco de madera
y durmió, esta vez para siempre, bajo las neblinas
de invierno que lo cubrieron de blanca escarcha hasta los huesos,
si, solo, con él... justo como lo imaginó.
Cuan dulce es en quietud contemplar,
donde los vientos húmedos del norte se prendieron de sus ropajes
dejando tan solo jirones sobre su piel raída,
caminó hasta la gran luz parpadeante,
ascendió por la escalinata de caracol,
se sentó sobre el mismo banco de madera
y durmió, esta vez para siempre, bajo las neblinas
de invierno que lo cubrieron de blanca escarcha hasta los huesos,
si, solo, con él... justo como lo imaginó.
Cuan dulce es en quietud contemplar,
y sentir las sutiles notas del
violín del viento,
que le hablan a mi alma en visiones,
cosas, aún sin manera de ser dichas,que me transportan en armonía
perfecta con las creaciones del universo,
al verdadero inicio de todo.