martes, 19 de agosto de 2014

De agosto...



La presencia.

Ya son las doce de la noche, de nuevo el extraño ruido bajo las escaleras,
es como si alguien subiera y bajara muy rápido,
no quiero ir a ver  qué es lo que pasa se me ocurren cosas como: -esta casa es vieja y ruidosa o mi mente me está jugando una broma- , de todos modos no deja de inquietarme entonces enciendo las luces, y en un solo y vertiginoso  acto de valentía salgo catapultado, para darme cuenta que no hay nada en absoluto…

De vuelta a la recamara, casi tan pronto como apague las luces, escucho esta vez una risa graciosa  macabra que se acerca, un temor paralizante me envuelve en una fría y silenciosa desesperación
-no hay nadie más aquí, todo tiene una explicación lógica- me repito de nuevo – tapándome hasta la coronilla, inmóvil, al parecer una de mis escenas favoritas de terror estaba teniendo lugar en mi propia casa y con migo como actor principal, cada hora del reloj se alarga demasiado, el sueño salió espantado por la ventana sin querer volver, en la  tensa calma de la habitación, espero a que amanezca y la luz invada este lugar, llevándose a los fantasmas a sus moradas congeladas, grises…


El camino.

Acostumbraba pasar con su perro por ese sendero al parecer poco transitado y solitario la mayor parte del tiempo, esto solía hacerlo al caer de la noche cuando recién salen las primeras estrellas, si bien pareciera interesante, por este sitio fallaban las luces y al mismo tiempo los arbustos se movían como si alguien se tratase de ocultar, el siempre sentía una mezcla de emoción y sospecha, que no era mayor porque iba acompañado de su mascota fiel , el camino era largo con parajes oscuros donde eran frecuentes las “ sorpresas ” , se daban cita los clandestinos, los señalados,
allí ninguno se fijaba en el otro.
Así mismo él era bienvenido, un nadie más, por eso regresaba y también se quedó…


Jairo Trujillo©




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