miércoles, 29 de enero de 2014

El pasado.



Está haciendo mucho frio, la ventana de la habitación sigue abierta, recuerdo tiempo atrás días quizás menos solitarios y grises, bajaba caminando de la montaña, a mi lado habían otros conocidos por si acaso amigos uno o dos, anduvimos desde que había sol hasta el ocaso como ahora iban siendo las seis de la tarde, entonces tuvimos hambre, traíamos con nosotros un envase de gaseosa de los grandes,  yo les dije: - denme la botella iré por algo caliente-
ya me estaba acercando al alambrado y unos pocos metros,  más allá estaba la casa, se veía en su interior un amplio comedor alumbrado por una bombilla de esas  de luz amarilla opaca, me pareció tan cálido y quise estar en mi casa; levante un poco el cerco de cuerdas y entré, se me acercaba un señor algo angustiado, más calmado, - ¿que se le ofrece joven?-  dijo , señor ¿ tal vez pueda  darnos agua panela , si, de esa que hierve en su fogón ah ¡qué bien huele!,  se quedó viéndome unos segundos y soltó una risa, bueno  finalmente se fue y regresó , para mi sorpresa no solo trajo la botella llena si no que le sumó un buen pan montañero de esos que hacen sin hambre, la verdad, en esos lugares de abundancia como los son esas fértiles tierras era de esperar tal generosidad y bueno, yo feliz.

Camino abajo, nos fuimos contando de esos chistes poco chistosos  que no dan sino como cierta rabia risueña, también como ya era costumbre, aprovechando que ya no había luz de día  solo el zumbido de los mosquitos sonando como avionetas en los oídos o las chispas intermitentes de las luciérnagas jugando a las escondidas, en ese momento apropiado se hicieron presentes  los cuentos de brujas, honestamente que las hay las hay, lo digo por experiencia propia, por algo que aun hoy no le encuentro explicación lógica, entonces no me mostré muy interesado que digamos más una cierta influencia no dejaba de atraerme, al rato uno de mis compañeros dijo que había visto algo moviéndose entre los árboles , no era la sugestión, pronto todos nos dimos cuenta,  nos observaban, además  ¡nos seguían!,  fue muy perturbador, a donde miraras mero monte, tan tranquilo e inquietante…

Por fortuna teníamos el estómago lleno y contábamos con suficientes fuerzas para salir de allí, después de todo, el camino todavía se veía, debíamos apresurarnos, ahora nos preocupábamos más por los negros nubarrones que se aproximaban, pronto le restamos importancia al incidente del bosque, lo que haya sido, fue demasiado extraño de todos modos hay que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos.

Avanzamos a paso firme cuesta abajo, por fin vimos las luces de los automóviles en la carretera,  mis pies estaban terriblemente adoloridos, tenía varios cortes en los brazos y la ropa llena de tierra, con razón la cara de la gente (pensé). Ese día en un momento de quietud escribí:



Los invisibles.

Como ya en otras ocasiones me encuentro
con un esfero en mi mano y mucho por decir,
sobre estas blancas hojas dejo algo de mis pensamientos,
quedan plasmadas para siempre, así no se los llevara
el tiempo como los minutos o las horas.

En este mundo tan cambiante son muchas
las “voces” que tratan de seducirme,
cada día pasa por el reloj y no vuelve jamás
los instantes y las personas también vienen y se van.

Somos fantasmas, no tenemos edad…
casi esta todo en silencio , bueno, hay muy pocos ruidos,
afuera los canarios cantan en su jaula,
la tarde se ha hecho de colores
mandarina acida, violetas y lilas, disueltos en dorado.

Es la danza de las nubes, ya el pesado sol
se va internando en el horizonte.

Hoy día ninguno de aquellos personajes existen, sin embargo sus figuras taciturnas aparecen cada vez que regreso a esos viejos senderos y volvemos, donde ya no están.




Recordar es vivir, los hechos aqui comentados ocurrieron por el año 2007.


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