domingo, 10 de enero de 2016

La antorcha roja.

16 de diciembre 2015.


Volver a encontrarle fue más confuso que cuando se fue,
en esos tiempos “idílicos” de promesas
y amor eterno donde todo se cree…
en un último giro del destino
finalmente era justo despedirnos por siempre,
para iniciar nuevos rumbos,
hacia los distantes horizontes
libres de cualquier carga pesada.

Estoy cansado, mis ropas son una armadura que dejo caer,
cierro  mis ojos y veo hermosos paisajes únicamente
concebidos por mi mente.

Allí, los más dulces deseos me envuelven
en una excitación de caleidoscopios,
mis manos recorren exquisitas texturas
de altos y bajos relieves,
mis labios perciben la belleza
en una explosión de delicias…

De pronto, en la sutil aroma del verano,
era conducido por el viento a todos los lugares,
y descubro atónito, que éste también arrastraba
los cadavéricos deseos sofocados
en vanas esperanzas.

A veces quiero gritar,
pero de mi garganta no sale ni un suspiro,
a la vez muero ahogado
en soledades que contemplo
absorto y abrumado.

Hoy decido no ofenderme y dejar
que las olas rompan sobre
las rocas en rededor a mi casa,
casi sin percibirlo,
mi paz sigue inalterable.

El inicuo tropieza todo el tiempo en sus caminos
coqueteando con la muerte,
está rodeado por sombras perversas,
le siguen presurosas,
hay legiones de ellas mirando por sus ojos
cóncavos, sin alma…


Jairo T.

    



No hay comentarios:

Publicar un comentario